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domingo, 10 de julio de 2011

Vértigo, de Alfred Hitchcock



¿Cómo escribir sobre uno de los mejores directores que ha existido? ¿Cómo se puede hacer una crítica sobre casi una eminencia? Bueno, voy a tratar de ser lo más objetiva posible y tratar de pensar que es una peli más y que nadie me va a condenar a arder en los fuegos del fílmico si tengo la osadía de criticarlo.

Cuando llegó a la pantalla del cine, los seguidores del director querían consumirlo por creer que era la continuación de un legado, porque siempre que se encuentra el estilo al que responde el público, uno no puede cambiar. Se predica en busca de un cambio pero después se condena al que se atreve a hacerlo. Así, el querido Alfred nos presenta un relato que pinta thriller pero que en realidad es una historia de amor.


La idea es presentar una primera parte llena de silencios y preguntas no resueltas, con un personaje femenino mitad frágil, mitad inalcanzable que le quita el sueño al protagonista y narrador en la piel de James Stewart. Si bien la segunda parte recupera un poco el ritmo del relato y parece que estamos hablando de reencarnaciones, sigue construyendo esa idea nostálgica de la figura femenina con aires de Galatea que es presentada por su enamorado.


El que espera quedarse jadeando, no es la película, pero les aseguro que desde la genial secuencia de títulos, diseñada por Saul Bass, se van a ver totalmente inmersos en esta historia que arranca con el vértice del labio de ella para presentarnos por un lado, al objeto de deseo (Kim Novak), a partir de su boca quien será el narrador (James Stewart) y con un pequeño travelling hacia los ojos la vemos sumida en ansiedad y miedo. ¿El guiño para continuar? El ojo es la cámara y bajo la cámara aparece el nombre del director para luego adentrarse en la retina y caer en espiral. Mientras todos esperan tener que agarrarse de la butaca para no saltar, es una invitación a “saltar a la pileta” y enamorarse.


En ella están los elementos del miedo, de la pérdida y la idea típica de la damisela en apuros de todo policial negro que no es tan santa. Es la película más diferente de las que componen la filmografía de Hitchcock y es tal vez por eso que me gusta que esté presente por sobre las otras en mi lista. No se trata de encontrar la fórmula del éxito, si no de contar la historia como mejor funciona.

Los toques desesperados del secuestro y la obsesión de la segunda mitad de la película tienen una fuerza romántica casi perversa. Para no perdérsela.

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