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miércoles, 17 de agosto de 2011

Blade Runner, de Ridley Scott



Basado en la novela: "¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?" de Phillip Dick, este clásico de la ciencia ficción, conserva todo su sabor y atmósfera de la mano de Ridley Scott. 

Ambientado en Los Ángeles del 2019, la Tierra ya no es un lugar habitable, de manera que han iniciado ya hace varios años la conquista de nuevos países en busca de poder seguir con la raza. A medida que se encuentran, van diferentes colonias a poblarlas pero quedan en la Tierra los seres humanos menos capaces o inteligentes que mientras siguen en contacto con la contaminación, menos posibilidades tienen. 

Mientras tanto, los androides que se ocupan de conquistar no pueden pisar la Tierra. Es decir que los seres humanos no podemos saber quién hace el trabajo sucio por nosotros. Cuando éstos desobedecen, los que están encargados de controlarlos son los Blade Runner. Por cada androide "retirado", ellos cobran una recompensa.

Contarles que conserva la estética del cine policial negro es casi que una redundancia cuando les cuento este ambiente lleno de personajes cínicos, en la lista de espera de la muerte de un planeta, de cómo se usan unos a otros, es remarcable. 


En una dinámica como la de Frankestein, la criatura buscará a su creador para poder encontrar la forma de vivir, de preservar sus memorias y cotejar experiencias y hallar al ingenuo que sea capaz de decirles que no tienen derecho a vivir.

Por otro lado, contamos con todos los clichés del policial negro en la indumentaria de los detectives, el hecho de que todo el relato sea de noche y la presentación de “la dama en apuros” que suele ser la que lo arrastra al personaje principal a la situación extrema. En este caso, a luchar contra replicantes cuando ya no le interesa hacerlo.

Así es como con luces en todos azulados casi todo el tiempo y un claroscuro predominante, estamos envueltos en el proyector y el humo del cigarrillo para ver a cyborgs que viven, que lloran la muerte de otros no sólo por los lazos sino porque de alguna manera que uno muera delata la propia mortalidad.


Es un film lento, por momentos complicado de ver pero que nos deja predispuestos a reflexionar en el amanecer final sobre todo lo que se ha visto y se ha perdido, entre monólogos catárticos que poco tienen para envidiarle a Shakespeare.

Una belleza de ciencia ficción. Hasta uno le perdona que haya ventiladores, diarios papel y proyectores.

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